Al final de una semana tan extraña, dura y emocionalmente desbordada, hoy me he dado cuenta de una cosa.
Hoy no puedo olvidar unos ojos.
Hoy no dejo de pensar que sigo enamorado de la sencillez humana.
Cuanto más sencilla, humilde, tímida e inocente es la persona, más me conquista sin ni siquiera darse cuenta.
No hace falta tener más. Sólo que me despierten inconscientemente una ternura que me provocan.
No hacen falta ningún tipo de cuerpos ni atributos, ni importan los pasados ni los presentes, ni inteligencias ni dineros.
A la hora de la verdad, a Manué le conquistan los corazones puros.
Sigue conquistándome la sencillez humana. La de éste, la de aquel, la de la mirada sonriente (hay miradas que sonríen), la de quien te explica algo con la ilusión en los ojos, la de quienes disfrutan con cosas tan simples como unas papas con huevo o un guiso de gallina, la de quienes se emocionan con las cosas más cotidianas...que no dejan de ser especiales para ellos.
Parece mentira que, después de todo, de tantos años recibiendo palos de mucha gente, de conocer a tantos y tantos interesados, de poder haber cerrado el grifo harto de la gente enamorada de sí misma, llegue un momento en el que una sola mirada, un solo gesto de atención, de amistad, un brillo en los ojos cuando te cuentan algo con pasión, sea capaz de calmar mis tempestades y borrar de mi memoria todo lo malo ocurrido en una semana.
Da igual la insignificancia que yo pueda tener para esa persona, da igual que yo no represente hoy (o quizás nunca) nada en su vida. Es, solamente, la emoción de ver en otro al chiquillo pasional que todos llevamos dentro...o al que nos gustaría tener a nuestro lado.
Es curioso...no importa que no represente nada para esa persona, porque para mi lo importante es que sus miradas, sus comentarios sencillos, sus atenciones, su bondad, y todos los gestos en los que me fijé por especiales, hacen que no me lo pueda quitar de la cabeza.
Todos deberíamos tener alguien así cerca.
Y todos, en el fondo, deberíamos dejar la desconfianza en el prójimo, los miedos, las rarezas y aversiones, y volver a ser hermosos corazones en flor que den cabida a cualquiera.
Intentadlo.
Gracias a todos los que han hecho posible alguna vez que no me sienta un extraño en su casa.
Y felicidades a las personas que viven sin prejuicios y dispuestas a ayudar al prójimo.
domingo, 13 de abril de 2008
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