Suena el despertador...
lo miro....no me puedo creer que ya sean las 06:27....
apago el primero de ellos....pero el móvil me recuerda dos minutos después que tengo que dejar a Morfeo definitivamente...
Me incorporo, camino dando tumbos por la casa, elijo en un momento la ropa que me quiero poner...entro en el baño y al salir preparo una infusión, o uno de mis cacaos calientes especiados y resucitadores.
Al mismo tiempo voy preparando mi mochila y poniéndome los zapatos. Abro el falso balcón y arrimo mis plantas a la barandilla para que cuando salga el sol reciban los escasos rayos que se filtran a mi callejón 'underground'.
Cojo la basura orgánica y la de envases y tras tomarme el desayuno me 'calzo' la mochila y salgo a mi lúgubre escalera.
La calle está vacía y silenciosa, quizá es el único momento del día en que es posible encontrar ambas cosas...vacío y silencio.
Comienzo a caminar hacia la calle Hospital, por la que ya hay algunas personas que como hormiguitas se dirigen hacia cualquiera de las bocas de metro que rodean el barrio.
Ando por esa calle en dirección a La Rambla y me detengo en la plaza de San Agustín para depositar mis basuras en unos contenedores junto a una gran y vieja iglesia que ha sido 'adoptada' por la numerosa comunidad filipina de mi barrio.
Continúo hasta La Rambla y mientras espero a que se ponga verde el semáforo de peatones, observo alguna travesti que trata de cazar clientes a esa hora de la mañana (07'10)...quizá entre los que vuelven a casa tras el turno de noche.
Cruzo al otro lado de La Rambla para esperar en la parada al autobús 59, que suele pasar a las 07'13 o, si lo pierdo, a las 07'22.
Por las mañanas me gusta ir al trabajo en autobús....son menos apreturas, menos calores, menos posibles portadores de gripe y más tiempo y comodidad para ir leyendo. Me siento y abro el libro pertinente. Tengo media hora de trayecto para poder zambullirme en la lectura sin distracciones ni movimientos bruscos.
A eso de las 07'45 o 07'52 (dependiendo de qué autobús haya cazado) llegamos a la parada final en María Cristina, junto a los rascacielos de La Caixa.
Me acerco a cruzar la Diagonal, pillando dos periódicos gratuitos a sendos repartidores, el ADN y el 20 Minutos.
Leo las portadas mientras espero al semáforo y los tranvías cruzan en silencio la avenida.
El paso de cebra se va llenando con un centenar de personas a cada lado. El semáforo se abre y cruzamos en estampida, intentando no chocar unos con otros.
Alcanzo la otra acera y camino junto al carril bici, observando los cientos de coches que contaminan la avenida con un sólo ocupante en cada uno. Capricho de ricos.
Vuelvo a cruzar otros dos carriles y subo una imperceptible pendiente hacia la zona donde se encuentra mi edificio de oficinas, insertado en un barrio entre apartamentos caros y jardines.
Una vez en él, saludo al portero (que dependiendo de los días se trata de un latino autista, un catalán mayor borracho o un treintañero vasco con look barriobajero), subo en el ascensor 2 plantas y entro en mi trabajo siempre antes de la hora de comienzo (07'55 casi siempre).
Me paso 8 horas descolgando el teléfono, haciendo asistencias de carretera, escuchando a clientes insatisfechos, orientando sobre problemas con las tarjetas de pago, etc.
No todo es malo...por supuesto también paso tiempo comiendo y bromeando con mis compañeras Eva e Irma.
Hay veces que llega en un plis plas la hora de irse (16'00), y hay veces que debido al poco trabajo la espera se hace eterna.
A las cuatro salimos Eva y yo juntos y nos encaminamos al metro, comentando cosas de la jornada. Bajamos a las profundidades mientras el calor que emanan los túneles va en aumento a pesar de ser otoño.
Abajo, la corta espera (uno, dos minutos) se hace espesa por la densidad y temperatura del aire.
Llega el tren, nos montamos, cambio repentino de temperatura por el aire acondicionado, y vamos de pié durante las siete estaciones hasta la de Paralelo. Allí nos bajamos los dos, ella para cambiar de línea y continuar hasta la otra punta de la ciudad, yo para subir las escaleras y alcanzar la calle.
Salgo a la avenida del Paralelo, amplia y ruidosa, y doblo la esquina por la calle Sant Pau para entrar en mi barrio. Por ese corto tramo de calle (300 metros) mi entorno es lo más variado que uno pueda imaginar....voy pasando uno tras otro a señores mayores catalanes, mujeres árabes con pañuelo en la cabeza, yonquis, niños que salen de la escuela, gays, integristas de barba y chilaba, gente sin techo, guardias civiles, chicos en monopatín, pakistaníes, gente rebuscando en los contenedores, mujeres hindúes con su sari...
Llego a la Rambla del Raval, la plaza mayor de mi barrio y su mejor lugar de esparcimiento. Una hilera de palmeras que la flanquean dirige la vista hacia el Tibidabo, allá arriba en la montaña, a 5 o 6 kms. Cruzo el paseo plagado de locutorios, kebabs, bares de diseño y gente 'sin vida' poblando sus bancos.
Me interno por un par de calles y alcanzo de nuevo mi callejón, a esta hora plagado de prostitutas, yonquis, negros ociosos y gente que lo cruza como atajo.
Inmediatamente está mi portal, subo a casa, dejo las cosas y compruebo que el piso y las plantas se han oxigenado.
Normalmente al rato (45 minutos) vuelvo a salir de casa (soy un culo inquieto), bien para ir de compras a los supermercados, bien para hacer una visita a un ex alumno mío en su locutorio (mi pakinovio, como le llamo cariñosamente), bien para ir a dar clase (los martes) o bien para dar un paseo. Rara vez me quedo en casa una tarde. Algunas tardes voy a la biblioteca del Poble Sec (la mía está cerrada por obras) y saco algunas películas que no pude ver en el cine. Estoy viendo mucho cine en casa...el séptimo arte es una de mis mayores aficiones. Si hay buena oferta cinematográfica, suelo ir al cine entre 3 y 7 veces al mes.
Sobre las 20'00 vuelvo a subir, y ya con calma retiro las plantas del balcón, cierro las ventanas, pongo la tele, el ordenador (sin internet) para escribir mis cosas, y empiezo a pensar en la cena.
Me doy una duchita reconfortante y empiezo a cocinar, bien sea una pizza creativa, una ensalada o un plato de pasta.
Me gusta la pasta, y suelo comerla 3-4 veces en semana siempre que puedo.
Alguna noche no tengo ganas de cocinar y me voy a comer algo fuera, principalmente unas bravas y una clarita al Pollo Rico, o unas porciones de pizza pakistaní a Pizza Torre. Ambas cosas son las mejores de Barcelona en sus categorías.
Tras ver una peli, a eso de las 23'00 0 23'30 me voy a la cama, no sin antes leer un poco de 'El maravilloso viaje de Nils Holgersson', cuya lectura se me eterniza porque siempre llego a la cama con mucho sueño y no puedo leer mas de una o dos páginas.
Y nuevamente caigo en brazos de Morfeo...con quien volveré a amanecer al cabo de 7 horas.
Y así es un día normal en la vida de Manué.
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