Hoy he vuelto a verle.
Llevo como 2 años viéndole todas las semanas.
Si, por las mañanas....
en el metro.
Se monta en mi estación y se baja en la de mi trabajo.
Siempre me recordó a Billy, el personaje que encarnaba el actor Gil Bellows en la serie 'Ally McBeal' (una de mis favoritas de siempre).
Me lo recuerda sobretodo físicamente, son como dos gotas de agua.
Es exactamente igual a ese actor cuando iba vestido de traje y corbata...
Los primeros días Billy, mi Billy del metro, me gustaba.
Siempre entramos en el mismo vagón y me gusta observarle por el rabillo del ojo mientras hago como que leo mi libro.
Mi Billy 'Underground' me encantaba.
Algunas veces me fijaba en que siempre trataba de ser el primero en salir del metro y subir las escaleras mecánicas a zancadas para evitar el aluvión de oficinistas que salen pisándose unos a otros.
Esta costumbre suya me parecía al principio graciosa, tan graciosa como su inmaculado aspecto, con el traje bien planchadito, la corbata ajustada...y esa mirada que se le escapaba para cruzarse con la mía.
Lo que al principio fue sólo la curiosidad por verle salir siempre el primero a toda prisa, luego se convirtió en una fijación mía por descubrir el resto de sus tics.
Pasó de parecerme atractivo y elegante, a un personaje peculiar.
Todos tenemos tics y todos tenemos manías y rituales.
Las suyas, las visibles, son subirse siempre al mismo vagón, en el mismo punto exacto. Mi Billy además se encajona al lado de la puerta si puede para salir luego el primero.
Si los laterales de las puertas están ocupados, pone cara de desesperación, y se agarra a la barra central como bailarina de Moulin Rouge, esperando como leona agazapada que pronto una presa ejecute un movimiento y deje vacío su rinconcito.
Entonces Billy, mi Billy, en un movimiento tan estudiado que parece Neo de Matrix, se encasqueta en el espacio que han dejado libre junto a la puerta y respira hondo, muy hondo, aliviado.
Hay mañanas en las que, si no consigue sitio junto a la puerta, la camisa no le llega al cuello....suda de nerviosismo, se afloja el nudo de la corbata...todo indica que tiene la azotea un poco perdida...las manías y los rituales fijados le dominan. Cuando algo se sale de la pauta, se encuentra perdido y amenazado.
Billy va todo el camino con la mirada perdida, esa clase de miradas que son fijas hacia el frente pero que parecen atravesarlo todo para fijarse en el espacio infinito.
Rara vez se le escapa mirarme, pero si lo hace rectifica inmediatamente. En el metro todos nos miramos, leemos mucho, si, pero levantamos la vista a ratos para mirarnos, para deleitarnos con los muchos guaperas, para examinar nuestro entorno.
Pero nada comparado con las miradas estudiadas de Billy y su posesión territorial defendida con uñas y dientes.
Es curioso pero Billy nunca lee en el metro, ni siquiera el periódico, y nunca lleva mochila, ni bolsa ni bocata. Están solos su traje y él, solos en su mundo perfectamente delimitado y con las coordenadas precisas. Nada puede salirse del guión.
Ahora mi Billy hay días que no me mira...porque sabe que le escudriño, que estudio sus movimientos. Sabe que ese chico que se encuentra siempre en el vagón a 2'5 metros de su espacio le mira. Sabe que lleva 2 años coincidiendo con él, y que a pesar de que siempre va leyendo, le mira a ratos.
Billy es como un Picasso que trato de entender. Un chico apuesto, elegante, seguramente empleado de un banco o del departamento de crédito de una financiera, que lleva cada mañana el mismo rictus serio, la misma mirada imperturbable, y que se aposta a la puerta del vagón como si fueran a dar el pistoletazo en los 1.500 libres.
No lee, no oye música, no lleva ningún elemento que le diferencie del día anterior salvo el color del traje. Ni siquiera ha cambiado de peinado o de longitud de cabello en 2 años. Es una estatua de cera.
A veces trato de entender qué tipo de vida puede llevar para no haberle visto una sonrisa o el rostro relajado en 2 años de encuentros underground. Qué tipo de transtorno psíquico o emocional padece. Si se encuentra falto de cariño.
Billy ya no me atrae.
Ha pasado de ser el símil de Gil Bellows para convertirse en una especie de maniático, de autómata y de autista.
Ahora mis miradas diarias en los 10 minutos que dura el trayecto se reducen a una, fugaz y seca, para después esbozar una sonrisa porque he comprobado que Billy sigue controlando su lugar en el vagón, sigue apostado al lado de la puerta, con la mirada perdida, sin lecturas ni músicas, esperando la apertura de puertas para salir disparado y ser el primero en salir a la superficie.
Estoy convencido de que en los días que alguien le adelanta por las escaleras, Billy se siente el ser más frustrado del planeta.
Pero al día siguiente volverá a ocupar su lugar como si nunca hubiera salido del metro, o como si fuera un maniquí que colocan cada día en el mismo exacto lugar del escaparate.
Ese es Billy Underground. Si tuviera cámara oculta le haría una foto.
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